Notas críticas sobre políticas de comunicación y regulaciones en el capitalismo de plataformas en
América Latina
Critical notes
on communication policies
and regulations in platform capitalism
in Latin America
Aimé
Aminahuel
Correspondencia: aime.aminahuel@unvm.edu.ar
https://orcid.org/0000-0001-5504-5175
Universidad Nacional de Río Cuarto,
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional
de Villa
María, Argentina
Malvina Rodriguez
https://orcid.org/0000-0003-4165-4847
Universidad
Nacional de
Villa María,
Argentina
DOI: https://doi.org/10.24265/cian.2024.n19.04
Recibido: 09/04/2024
Aceptado: 29/04/2024
Para citar este artículo:
Aminahuel, A., & Rodríguez, M. (2024).
Notas críticas sobre políticas de comunicación y regulaciones en el capitalismo de plataformas en América Latina.
Correspondencias &
Análisis, (19), 92-117.
https://doi.org/10.24265/cian.2024.n19.04
El
debate sobre políticas públicas y regulaciones para las plataformas digitales
constituye una temática de urgente actualidad para las ciencias de la
comunicación. Este artículo tiene como objetivo el abordaje teórico-analítico
de dimensiones emergentes en la investigación sobre políticas de comunicación en el capitalismo de plataformas en América Latina. El trabajo, inscrito en un
enfoque crítico de la economía política de la comunicación, ofrece un estado
del arte e incluye una sistematización bibliográfica de los principales debates
sobre Estado, big tech
y políticas públicas. Las reflexiones desde las nociones de capitalismo
cognitivo y capitalismo de plataformas
permitieron confrontar los enfoques teóricos instrumentales que caracterizan el estudio de los intermediarios de internet. Asimismo,
se esbozaron consideraciones
orientadas a problematizar los dilemas que plantean las propuestas de regulaciones a partir de una revisión
de iniciativas estatales
y sentencias judiciales en América Latina. La
discusión final aborda los desafíos y las tensiones para la investigación en políticas
de comunicación sobre plataformas digitales en
América Latina, entre los cuales destaca la necesidad de construir un
mapa de conceptos y actores para el análisis de casos en el campo de la política, la legislación y la economía
de la comunicación.
Palabras
clave:
economía de la comunicación, legislación, plataformas digitales
The debate
on public policies and regulations for digital
platforms constitutes an urgent topic
for communication sciences. This
article aims to provide a theoretical- analytical approach to emerging dimensions
in research on communication policies in platform capitalism in Latin America. The work is part
of a critical approach to the political economy of communication, offers state-of-the-art information, and
includes a bibliographic systematisation of the primary debates
on the state, big tech, and public policies. Reflections from the notions of cognitive capitalism and platform capitalism allow
us to confront
the instrumental theoretical approaches
that characterise the study of internet intermediaries.
Likewise, the paper problematises
the dilemmas posed by regulatory proposals
based on a review of state initiatives and judicial
decisions in Latin America. The final discussion addresses the challenges and tensions for
research on communication policies on digital platforms in Latin America, such as the need to build a map of concepts and actors to analyse cases in
politics, legislation and economics of communication.
Keywords: economics of communication, legislation, digital platforms
En
los últimos años, en Argentina y en América Latina se han desarrollado
numerosas investigaciones que abordan las problemáticas contemporáneas de la
comunicación asociadas al predominio de las plataformas socio digitales y las lógicas
que estas instituyen a través de su arquitectura digital en los debates
públicos. En sintonía, en la
última década hemos trabajado en numerosos proyectos de investigación que tratan la sociodigitalización como fenómeno que transversaliza todos los procesos
comunicacionales1. Ello implica, de acuerdo con los estudios,
que la realidad se construye a partir de discursos privados en redes sociales y
en relación con la participación en el espacio público de los actores sociales
(Rodríguez, 2020).
Desde la obra de Castells (2012), sabemos que el estudio de la comunicación digital,
de la sociedad red y del desarrollo tecnológico remite a la relación entre
comunicación, política y poder. La era de la información, observada por Castells
(1999), dio paso a
un nuevo orden que para algunos autores implica una nueva edad geológica: el
Antropoceno (Crutzen, 2000, como se citó en Costa, 2022), el Capitaloceno (Moore, 2016; Svampa, 2019, como se citó en Costa 2022) o el Tecnoceno (Costa, 2022). Con
estas denominaciones se hace referencia a la influencia sensible del ser humano y su
inducción total a la lógica de acumulación capitalista en la Tierra, a partir de un nuevo paradigma tecnológico. Para los autores
mencionados, la era digital, la digitalización
de
los procesos, ha generado una nueva organización del mundo a partir de un régimen
de la información como «forma de
dominio en la que la información y su procesamiento mediante
algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos
sociales, económicos y políticos»
(Han, 2022, p. 9). Tan decisivo es el modo que Sadin
(2020) manifiesta que ingresamos en la era antropomórfica de la técnica,
en tanto una parte
de las ciencias algorítmicas «busca atribuir a los procesadores cualidades
humanas, prioritariamente aquellas de poder evaluar
situaciones y sacar
conclusiones de ellas» (p. 18).
Si en esta era digital la comunicación ocupa
un lugar central,
¿cómo se explica
el recrudecimiento de las divisiones y polarizaciones sociales, las violencias, los discursos
de odio, la desinformación, en definitiva, los desencuentros por encima
de los encuentros (sentido etimológico de la comunicación)? Para Dean (2005),
la forma de organización político-económica de nuestra contemporaneidad corresponde a un capitalismo comunicativo digital, donde la comunicación es básicamente circulación de mensajes y donde el fetichismo tecnológico de la participación en la esfera digital
genera, en realidad, una profunda
despolitización y, por ende, cancela las posibilidades de transformación
social y encuentro comunitario.
En
este contexto, desde la perspectiva de Han (2022), «la democracia está
degenerando en la infocracia» (p. 25), y esta infocracia implica «el fin de la acción comunicativa». La centralidad de la comunicación no convoca ya desde la tradición
habermasiana como debate discursivo, desde una racionalidad crítica, sino que
se manifiesta en una racionalidad digital
donde los participantes (followers,
influencers)
han sido despolitizados y los contenidos son commodities, mercancías, sin capacidad de acción política alguna (Han,
2022, p. 45).
Los
abordajes de Han (2022) y Dean (2005), citados como ejemplos actuales que problematizan la comunicación digital
desde una perspectiva crítica, representan
problemas «no pensados adecuadamente» por la crítica de la economía política de
la comunicación en sus propuestas contemporáneas (Sierra Caballero, 2020, p. 316). Según el intelectual marxista
Francisco Sierra Caballero, la crítica materialista en la era digital
presenta algunas líneas preponderantes sobre otras, entre las que incluye los
análisis que observan la vinculación entre los Estados, el mercado, las corporaciones multimedia, los procesos de concentración digital y las políticas públicas.
Estas temáticas aparecen como protagonistas en los estudios críticos
materialistas, que a la vez ignoran o pormenorizan otras discusiones, como la
relación entre democracia, diversidad cultural y capitalismo transnacional; las
formas de empoderamiento e identidades en este estadio
del capitalismo digital;
la proliferación de nuevas
formas de participación en el ciberespacio; o la emergencia de derechos y contradicciones en la dinámica de la era
digital, por citar algunos ejemplos, investigados con mayor énfasis desde
enfoques constructivistas o posmarxistas. Precisamente, en palabras del autor, los estudios de la comunicación y la cultura desde la
crítica materialista, actualmente se centran en estos aspectos:
El análisis de la estructura
de propiedad de los medios de información y las empresas productoras de
tecnología y contenidos culturales. El estudio de los procesos de producción y
distribución cultural y de reproducción ideológica. El análisis de las lógicas económico-financieras
y su influencia en la conformación y dinámica mercantil de la comunicación. Y el
reconocimiento del impacto y estructura del consumo cultural en relación con las formas
de desigualdad material
y simbólica. (Sierra
Caballero, 2020, p. 314)
Pese a lo anterior, el autor destaca
que existen dos temas prioritarios que pueden
transversalizar la discusión: por un lado,
el papel del Estado en este nuevo
escenario y, por el otro, la explotación del trabajo creativo, que, a su parecer, implican problemas
neurálgicos en el capitalismo cognitivo (Sierra Caballero, 2020, p.
316).
En
tal sentido, la discusión sobre el Estado se puede abordar desde sus
capacidades de actuación o capacidades estatales (Bertranou,
2015), desde su arquitectura institucional y su relación
con los actores externos que lo interpelan o «capturan»
(Castellani, 2006; Isaza, 2005), como también desde su accionar concreto
en políticas públicas y regulaciones que materializan modos de comprensión
de un problema público, la externalización de respuestas estatales y la
interacción entre actores, por nombrar
algunas dimensiones (Oszlak
& O’Donnell, 1995;
Shore, 2010; Vilas, 2005,
2010).
En
esta última línea se inscribe el presente artículo, que indaga –desde una
perspectiva crítica de la economía política– sobre las acciones estatales en la
comunicación digital, entendidas estas como políticas públicas y regulaciones. El aporte del trabajo
radica en proponer
un abordaje que articula diversas
propuestas teóricas, a saber:
(i) los estudios
sociales de la economía centrados en los abordajes sobre los
«modelos de acumulación», que posibilitan analizar
el capitalismo en su fase actual;
y (ii) los estudios sobre políticas públicas en el
campo de la comunicación.
Según Aminahuel
y Rodríguez (2023),
cuando se discuten
las políticas públicas
y las regulaciones en la comunicación digital, se presenta
un dilema que trasciende el campo disciplinario y se debe problematizar desde la transdisciplina, puesto que incluye
la discusión, no acabada, sobre el rol de los Estados frente a los modelos de negocios
de los intermediarios comunicacionales, hoy
digitales. Este debate implica una discusión aún abierta del siglo
XXI, que revitaliza la polémica sobre
los alcances de la acción estatal frente a la propiedad de los medios de producción comunicacional, la libertad de expresión y la tensión en
torno al derecho a la comunicación y el acceso a la información, por citar
ejemplos, que encuentra respuestas muy diferentes según se trate de enfoques liberales o más intervencionistas. Estas tensiones
representan ejes centrales en los estudios sobre comunicación digital
y regulaciones de big tech2, puesto que actualizan el histórico debate
en economía política de la comunicación entre
keynesianismo/planificación o liberalismo/libre mercado.
Las políticas públicas, entendidas como la jerarquización de problemas públicos por parte del Estado (Shore, 2010), es decir, la institucionalización de una respuesta frente a un problema que se construye y que implica
el ejercicio del poder público,
además de la interacción entre diversos actores
(Vilas, 2005, 2010),
encuentran su dificultad frente a este fenómeno
por las controversias que genera el debate sobre la regulación
de las plataformas digitales, así como también por las opacidades en el sector
del capitalismo de plataformas. Becerra y Waisbord (2021) plantean que varias políticas se encuentran en sintonía con los intereses de acumulación de las
grandes corporaciones, las llamadas big tech de
la comunicación digital.
En palabras de los autores:
Hay
una desconexión clara entre lo que el canon de la libertad de expresión habla
regula o inspira y las condiciones contemporáneas de la expresión plataformizada con ediciones mediadas por algoritmos y
estándares desparejos definidos por compañías tecnológicas de alcance global.
(Becerra & Waisbord, 2021, pp. 301-310)
De
acuerdo con lo expuesto, el presente artículo, de carácter teórico, inicia con
una discusión sobre la categoría «modelo de acumulación», que integra un marco conceptual proveniente de los estudios sociales de
la economía y que posibilita ampliar la reflexión desde los estudios
críticos de la economía política de la comunicación para abordar los debates
sobre Estado, big tech y
políticas públicas. A continuación,
el siguiente apartado presenta conceptos y actores relativos al capitalismo cognitivo y al capitalismo de plataformas, a fin de confrontar en el cuarto
apartado los enfoques teóricos que caracterizan a los
intermediarios de internet con algunos casos emblemáticos de sentencias judiciales y políticas públicas de regulación. La discusión
final recupera, a partir del debate latinoamericano, algunos desafíos
para la investigación.
Con
la finalidad de analizar las particularidades de las plataformas digitales, sus
modos de acción y las repercusiones que generan en el espacio
público offline como actores económicos, en un primer nivel, resulta sustancial
discutir sus modelos de negocios, que implican lógicas
mercantiles en actividades y servicios que, décadas atrás, eran inimaginables.
Los modelos de negocio de las plataformas responden a
movimientos del capitalismo mundial que crean nuevos sujetos económicos y
relaciones mercantiles en los intersticios que posibilitan las opacidades en las
regulaciones estatales y los descubrimientos tecnológicos. En estas transformaciones del capital, conviven
formas tradicionales y novedosas de mercantilizar; viejas instituciones, tardías normativas, con nuevos actores,
como explica Hobsbawm (2014) con relación a las transformaciones que acontecieron
en el paso del feudalismo al capitalismo industrial inglés.
Del mismo modo, el capitalismo industrial latinoamericano de mediados
del siglo XX, basado en la
producción de bienes y servicios, y sustentado por regímenes de gobierno de doctrina keynesiana (Harvey, 2015), comenzó
a ser complementado por la producción
transnacional con la aparición de poderosos monopolios mundiales, cadenas
globales de valor y la consecuente emergencia del capitalismo financiero,
proceso que se profundizó a partir de la década de los setenta en América
Latina.
El
capitalismo financiero, a su vez, significó –y significa en la actualidad– el
protagonismo de ciertos actores que poseen centralidad en los modelos de
acumulación «locales» en los países según sean centros o periferias3, la
presencia de sujetos económicos
institucionalizados como los bancos o traders de las
bolsas, o la aparición de aquellos no institucionalizados (al menos en su totalidad) como ciertas
billeteras y monedas virtuales. Por lo tanto, el capitalismo se
desarrolla en imbricaciones complejas donde conviven formas mercantiles viejas
y nuevas, con actores que en poco tiempo se convierten en dominantes; a su vez,
como sistema mundial, adquiere rasgos comunes por regiones, pero también posee
un desarrollo heterogéneo entre países y al interior de cada uno. Esta disparidad
o desarrollo heterogéneo del capital (Harvey, 2014) obedece a los modelos de acumulación vigentes
en cada nación.
En ese sentido, cuando se hace referencia al «modelo de acumulación» de Schorr y Wainer (2017), se parte de considerar a la economía
política desde una perspectiva
micro y macro, con articulación de un análisis
mundial y local, desde la estructura y la historia económica, la arquitectura
institucional, la inserción de una nación en el sistema-mundo, pero también en
el análisis concreto de los sujetos que interactúan en los procesos de
acumulación y distribución del capital, por nombrar algunas dimensiones que
integran este concepto.
Por ello,
es una categoría con un grado de abstracción superior, que contempla un análisis más amplio que solo observar
el programa económico de un país o analizar exclusivamente algún campo de la política
pública (como, por ejemplo, las regulaciones
sobre las big tech).
Por el contrario, los abordajes desde este enfoque apuntan a observar varios
elementos y anudamientos: la geoeconomía y las disputas
regionales de poder; los patrones específicos que adopta la reproducción del capital en cada país y
región; la inserción de una nación
en el mercado mundial; el rol político
que asume un Estado frente a
conglomerados digitales; el entramado normativo-institucional doméstico y su vínculo
actual e histórico con los capitales extranjeros, lo que implica
un
abordaje de la historia económica de una nación y enriquece el análisis de los flujos
del capital (Schorr,
2021); la fuerza social o alianza de clase que identifica a un gobierno, porque posibilita caracterizar la capacidad transformadora del Estado,
las relaciones de clase,
fracciones de clase
y los actores económicos de peso que pujan por poseer
centralidad en el modelo, o que poseen hegemonía en determinados campos de la matriz productiva
nacional y condicionan los modos de gestión del Estado, al igual que la conceptualización u orientación de sus políticas
públicas. Se trata de pensar una totalidad concreta y determinada para abordar
las particularidades de la economía política mundial y, en dicho marco,
los posicionamientos de los Estados, ya sea a través de políticas públicas o
regulaciones.
En cuanto
a las políticas públicas, resulta
necesario destacar los aportes de García
(1994), Shore (2010), Vilas (2011), Oszlak (1979, 1997), Oszlak y O’Donnell (1995),
quienes recuperan la noción del poder en el análisis de las políticas
públicas4 proponiendo una perspectiva
constructivista que aborda a la política pública en el marco de un proceso social que es resultado
de la problematización de hechos sociales
(García, 1994). Estas posiciones teóricas
no dejan de reconocer el carácter
parcialmente técnico de la política pública, ni mucho menos su vínculo con la
dimensión operativa del Estado (Vilas,
2011), sino que complementan la definición
ampliando el debate para pensarla como una acción política que expresa no solo
un fin en sí mismo, sino también conflictos, intereses, afinidades,
antagonismos y prioridades que se expresan desde las estructuras de poder.
Por otro lado, la antropología del poder (Shore,
2010) nutre también
los enfoques dentro de la
economía política de la comunicación y las políticas públicas comunicacionales, ya que posibilita analizar las acciones estatales como jerarquizaciones, categorías y taxonomías que se manifiestan
en el accionar estatal –ya sea en su discursividad, comunicación gubernamental–, así como en su accionar concreto sobre diferentes
actores, como lo son las big tech. La discursividad estatal se inscribe
en las batallas simbólicas y materiales que se gestan al interior y al exterior
de la territorialidad del Estado, y es por ello que las acciones resultantes, o las políticas
públicas que desde él se generan,
implican necesariamente la cristalización de valores
o formas de comprensión de un problema
público, que se realiza desde las estructuras del poder institucionalizado.
En
este marco, los posicionamientos estatales reflejan estas manifestaciones del
poder público (políticas públicas, regulaciones) y pueden ser vehiculizados mediante distintos
instrumentos institucionales o administrativos, tales como leyes, resoluciones,
decretos e, incluso,
sentencias judiciales. Pese a que algunos posicionamientos estatales
son emanados por el Poder Ejecutivo, como las resoluciones
administrativas o los decretos de necesidad y urgencia, por nombrar dos
modalidades, otros son potestad del Poder Legislativo,
como las leyes, o del
Poder Judicial, como las sentencias
judiciales. En países republicanos,
la relación del Estado con los actores está mediada por la división de poderes, aunque
esta posee atribuciones y características diferentes en los distintos países,
particularmente en los latinoamericanos, de acuerdo con los textos
constitucionales de cada nación. Por esta razón, tomamos la referencia de Aminahuel
(2022) para nombrar a los «posicionamientos estatales» como una categoría
amplia que abarca leyes, actos
administrativos, resoluciones y sentencias judiciales, entre otras modalidades.
Las políticas públicas y regulaciones, por lo tanto, se
vehiculizan mediante distintos tipos de decisiones por parte de los
Estados, y son comprendidas como posicionamientos que
estos asumen frente
a un determinado problema público.
El caso particular de las sentencias judiciales –la actuación del Poder Judicial–
es un ejemplo de ello, porque implica una fuente del derecho que
sienta precedentes y/o doctrina para leyes y regulaciones en algunos países
como la Argentina, además de que se toman en cuenta
para
el diseño de los proyectos de ley en la materia5. En América Latina, la problemática
de las big tech está
atravesada por los posicionamientos de los Tribunales Supremos, que funcionan a modo de corsé de los demás poderes
del Estado para regular en la materia6.
De
acuerdo con el enfoque teórico propuesto, los posicionamientos estatales relacionados con el campo de la economía digital y, particularmente, la comunicación
de plataformas no pueden analizarse sin tener en cuenta las
características de los modelos de acumulación predominantes en América Latina y
las orientaciones ideológicas de los bloques de poder que dirigen los Estados,
así como la fracciones de clase y la alianza gobernante, ni tampoco obviando las disputas económicas, sociales
y culturales entre corporaciones, monopolios y sectores concentrados de la economía que presionan o dialogan con los
gobiernos para orientar sus acciones.
En
esta discusión, un primer acercamiento implica distinguir la dinámica actual
del capitalismo desde el enfoque propuesto y caracterizar a los actores que
integran el espacio de la economía
digital vinculada a las comunicaciones en América Latina. El abordaje se realiza en el
siguiente apartado, en donde se presta fundamental atención a las características de esta forma de capitalismo y se realiza
una distinción de conceptos para construir un mapa del sistema económico y político del presente.
La
información es a la sociedad red del siglo XXI lo que otrora significaba el desarrollo
del petróleo o las finanzas, es decir, la base para la construcción de poder o, en
palabras de Marx (2020, p. 55), la mercancía que consolida a las sociedades capitalistas de este siglo (Aminahuel & Rodríguez, 2023, p. 16). En su célebre obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, el teórico
de la revolución Vladímir Ilich Uliánov
(Lenin, 2014) distingue esta fase del sistema-mundo por su hiperconcentración
deslocalizada geográficamente, por el rol de la oligarquía financiera
y por la clara asociación entre capitalistas internacionales que se reparten
el mundo. La remisión a Lenin
permite analizar la coyuntura geopolítica del presente no solo a partir del rol de los Estados, sino, principalmente, de
las corporaciones transnacionales que en la actualidad disputan proyectos
estratégicos de acumulación. En este sentido, un interrogante que surge al
respecto es: ¿quiénes son esos capitalistas internacionales que protagonizan proyectos estratégicos de acumulación en el marco de lo que algunos
autores denominan capitalismo de plataformas? Srnicek (2021) distingue esta forma
de
capitalismo a partir de un abordaje en el que propone pensar el análisis de los datos en grandes
volúmenes como una «unidad de producción» y, a la vez, de mercancía.
La
transformación en la producción del capital, hoy dataísta, genera como
consecuencia reconfiguraciones en el mundo del trabajo;
en esa línea, Srnicek (2021) da cuenta de un desplazamiento del
concepto de clase trabajadora industrial –en el sentido del capitalismo productivo– por los trabajadores del
conocimiento o cognitariado (p. 40). Simultáneamente a este proceso,
el autor sostiene
que la desindustrialización generalizada en la economía
mundial responde a las particularidades del capitalismo de
plataformas: el producto del trabajo, en palabras de Srnicek, se ha vuelto crecientemente inmaterial y dicha inmaterialidad incluye, mayoritariamente, «contenido
cultural, conocimientos, afectos y servicios» (p. 41). Coloca como
ejemplo la producción de commodities agrícolas,
que en la actualidad depende de una gran cantidad de información –como datos
sistematizados– y de conocimientos –como información interpretada– para ser
generada.
El
planteamiento de Srnicek (2021) apunta sustancialmente a reconocer la estrecha vinculación entre los procesos
productivos y la economía digital
en el siglo XXI. Esta
última está sustentada, principalmente, por enormes bases de datos que comprenden información bancaria, consumos de
usuarios, pasando por geolocalizaciones, o información sobre
determinados procesos productivos que, a través de mecanismos de
sistematización y predicción estadística basados en inteligencia artificial,
posibilitan la toma de decisiones en determinados campos económicos. Asimismo,
la información también se encuentra entrelazada con la modalidad del
capitalismo financiero, hoy provisto de un sinnúmero de desarrollos tecnológicos
que le ha posibilitado ampliarse mucho más allá de los bancos e instituciones
financieras tradicionales.
En una línea similar,
años antes, Fumagalli
(2010) proponía referirse
a esta etapa como «capitalismo cognitivo», al igual que el catedrático español Francisco Sierra Caballero. A pesar de la distancia de la primera edición de su libro hasta la actualidad,
Fumagalli describe con destacada capacidad proyectiva las
características de un capitalismo cognitivo en creces y las particularidades
que posee con respecto al capitalismo productivo e, incluso, algunas
especificidades que lo diferencian del capitalismo financiero, este último más cercano a fines del siglo XX e inicios del XXI.
El
intelectual italiano sostiene que este modo de acumulación se caracteriza por
la importancia del «conocimiento» como producto fundamental para la generación
de otras mercancías. Reconoce, retomando a Piero Sraffa,
un «capitalismo de mercancías basado en mercancías» (Fumagalli, 2010, p. 87), en donde
los productos requieren de
una enorme cantidad de conocimientos para su realización. Allí, entre los cambios fundamentales que
impactan en este modo de producción, se destaca como causal principal
la reducción relevante de los costes de codificación, transmisión
y adquisición del conocimiento, gracias
al nacimiento y expansión de las tecnologías lingüísticas y comunicativas
(redes sociales, big data e
inteligencia artificial, entre otros avances que menciona).
Finalmente, Fumagalli (2010) discute las nociones de
«economía del conocimiento»7, impuestas mayoritariamente desde las ciencias
empresariales y organismos multilaterales, y contrapone su categoría «capitalismo cognitivo» como un modo de interpretar el presente, otorgando claves conceptuales para el abordaje de los desarrollos
actuales del capitalismo:
El
término «capitalismo» designa la permanencia, si bien en sus metamorfosis, de las variables fundamentales del sistema
capitalista: en particular,
la función guía del beneficio y de la relación salarial, o de forma más
precisa, las diferentes formas de trabajo dependiente y/o heterodirigido respecto
de las que se extrae
el excedente. El atributo
«cognitivo»
subraya, sin embargo, la nueva naturaleza del trabajo, de las fuentes de
valorización y de la estructura de propiedad sobre las cuales se funda el
proceso de acumulación y las contradicciones que en esta se generan. (p. 91-92)
De forma sintética, Fumagalli (2010)
distingue sistemas económicos en donde ubica,
como un estadio
superior, al capitalismo cognitivo (ver Tabla
1).
Tabla 1
Evolución de los sistemas económicos
En la obra, se acentúa el análisis en la necesidad de reconocer la
dimensión histórica y productiva del conocimiento, en cuanto fenómeno
multidimensional o poliédrico, en palabras
del autor (Fumagalli, 2010, p. 89); sin embargo,
no distingue entre el
capitalismo financiero y el cognitivo, que, en este trabajo, se comprenden como
dos modos diferenciados, aunque muy entrelazados en la coyuntura actual.
En un
entrecruzamiento conceptual, el conocimiento en Fumagalli (2010), o la
producción de datos, construcción y apropiación de información en Srnicek (2021), aparecen como una mercancía que
genera renta extraordinaria en el siglo XXI y, además, cuyos excedentes
se encuentran monopolizados por grandes conglomerados,
en palabras de Srnicek, por plataformas (p. 44). Otros autores hablan de
big tech o,
utilizando términos de los organismos multilaterales, intermediarios de internet.
Esta
discusión sobre las categorías para nombrar el amplio espectro de actores que convergen
en el mundo digital (conglomerados digitales, big tech o intermediarios
de internet, por citar formas muy utilizadas) es fundamental para los
estudios de la comunicación y las políticas públicas, en razón de la polisemia de los conceptos que abarcan un universo heterogéneo de actores con distribución
desigual de poder económico. En el siguiente apartado, se presentan los
debates.
Algunos autores
sostienen que «economía digital» implica un abanico de actores
que va más allá de las big tech comunicacionales y que también
incluye a las fintech, estas últimas caracterizadas
por poseer una mayor tradición, mientras que las big tech desembarcaron con más rapidez en
los últimos años:
No deben de
confundirse las fintech con las
grandes plataformas digitales o big techs. Las big techs son colosales compañías nativas digitales que
llegan al sector financiero desde otras áreas, como el comercio electrónico –es el caso de Amazon–,
las redes sociales
–como Facebook–, los buscadores de internet y la publicidad –como
Google– o la innovación tecnológica y el hardware
–como Apple–. Se diferencian
de las fintechs en el amplísimo reconocimiento de la
marca por el público, el gran número de participantes en la red de clientes y
sus destacadas fortalezas financieras y
tecnológicas. (González, 2022, p. 250)
Lo que presentan los autores hasta aquí debatidos (Srnicek, Sierra y
Fumagalli) es una teoría general que analiza la economía digital y/o de
plataformas desde una perspectiva crítica que analiza principalmente las big tech, por lo que estos
enfoques permiten distinguir entre dos grandes tipologías de actores,
aun con las dificultades que devienen del proceso de hiperfragmentación
de la propiedad de los medios de producción8.
En términos generales, desde las perspectivas críticas, los sujetos
que intervienen en las
relaciones de producción se pueden dividir en un gran grupo a aquellos que poseen la propiedad
del modo de producción digital, lo que implica la apropiación del excedente
informacional (big data) o de los contenidos que producen otros y lo utilizan
como mercancía (por ejemplo, Facebook, Twitter, etc.); aquí los autores de referencia
ubican a las big tech. Sin embargo, estos actores son llamados por
organismos multilaterales, de forma genérica, como intermediarios de internet, que pueden ser o
no monopolios digitales. Por otro lado, están los actores
que interactúan y participan de los entornos sociodigitales como usuarios o internautas, y por ello
producen información, pero no se apropian del excedente informacional como
mercancía, aunque lo reproducen; aquí se podría
ubicar el concepto
ya clásico de prosumidores:
La palabra
prosumidor –en inglés, prosumer–,
es un acrónimo que procede de la fusión de dos palabras: producer (productor) y consumer (consumidor). El concepto prosumidor fue anticipado por Marshall
McLuhan y Barrington Nevitt, quienes en el libro Take Today (1972)
afirmaron que la tecnología electrónica permitiría al consumidor asumir simultáneamente los roles de productor y consumidor de contenidos. En 1980 el destacado futurólogo Alvin
Toffler introdujo formalmente el término prosumidor
en el libro La tercera ola.
(Islas-Carmona, 2008, p. 35)
No obstante, resulta necesario realizar una revisión crítica de los
conceptos. A partir del crecimiento de internet por la ampliación de infraestructura tecnológica en el mundo, se multiplicaron los intermediarios de internet y fueron cada vez más opacas y
contradictorias las intermediaciones entre actores, tanto para las regulaciones
estatales como para el campo de la investigación.
En el mundo digital, las actividades económicas de los actores
que convergen en el capitalismo de plataformas o
capitalismo cognitivo van mucho más allá de la construcción de infraestructuras
físicas de comunicación y del servicio de acceso a internet; abarcan también a
los proveedores de servicios de hosting,
procesamiento de datos, compañías de servicios en inteligencia artificial y
entrega de información, como proveedores de servicios de pagos online, navegadores, motores de búsqueda, mensajería de correo, comunicación instantánea (WhatsApp, Telegram), plataformas de e-commerce, plataformas colaborativas
(redes sociales) y de servicios de entretenimiento (YouTube, Netflix, etc.), por nombrar
algunos ejemplos.
Los «intermediarios de internet» es una definición aceptada en el campo jurídico, pero resulta demasiado amplia,
puesto que diluye la clásica distinción entre proveedores de servicios de
internet y proveedores de contenidos, que estaba destinada a aislar y mantener
neutrales a los proveedores de internet como meros conductores de contenidos.
Frente a ellos, los proveedores «intermediaban» los contenidos creados por
diferentes usuarios, contenido que conocían y respecto del que no eran neutrales para las legislaciones. Estas fueron las primeras concepciones que rodearon los debates
legales sobre internet a finales del siglo XX y principios del XXI:
[...] al
principio del siglo XXI los Estados y otros agentes reguladores llegaron a
pensar que las actividades en internet pueden y necesitan ser reguladas o administradas de diversas
maneras. Los responsables políticos cambiaron el enfoque de los años noventa en
la medida que internet fue expandiendo su accesibilidad y el valor de sus
contenidos con la banda ancha, así como también los actores económicos de internet
se redujeron desde una miríada de emprendedores virtuales hacia unas
pocas corporaciones privadas (ISP, motores de búsqueda, proveedores de e-commerce). El enfoque
de los noventa dio paso a una arquitectura
de control donde los intermediarios que actuaban en la red se transformaron,
debido a su capacidad [sic] de
regulación por diseño o código. (Millaleo, 2015, p. 40)
Para
los autores que utilizan el concepto, los intermediarios de internet son la
puerta que permite utilizar otros servicios para realizar actividades en internet. Cada actividad, que sintetiza la venta de
un servicio, está necesariamente relacionada también con la apropiación de
datos sistematizados que describen, en grandes volúmenes luego, las prácticas
de consumo y hábitos de los usuarios de estas plataformas. Estos servicios son
esenciales en nuestra cotidianidad y nos lo proporcionan distintos actores que
entran en el espectro de los intermediarios y que son muy variados, como se
expresa en la cita anterior. De acuerdo con Hernández (2021), algunos servicios
que incluyen estos actores se pueden clasificar de la siguiente manera:
(A) Pueden ser para actividades recreativas y de ocio (Facebook, Twitter,
Instagram), servicios audiovisuales como ver una película, o simplemente
escuchar música mediante algún servicio de streaming (Netflix, Spotify).
(B) Para el trabajo, actividades como enviar correos electrónicos (Gmail, Hotmail); buscar información
en algún motor de búsqueda comercial (Google,
Yahoo) o en bancos de información
especializados (Elsevier, JSTOR); redactar un documento colaborativo en línea
(Google Docs, Dropbox), o tener una videoconferencia (Zoom, Skype). (C) Movilidad,
pedir un auto (Uber, Cabify). (D) Pagar a terceros (PayPal, Amazon Pay), entre muchos otros. (p. 260)
Finalmente, Califano
(2017) propone que los intermediarios de internet:
Pueden ser
definidos como todas aquellas entidades que facilitan las transacciones entre terceros en internet. En este sentido,
brindan acceso, hosteo, transmiten e indexan contenidos, productos y
servicios originados por terceros. Estos intermediarios pueden
encontrarse en la capa física de internet (es el caso de los proveedores de servicios de conectividad),
o en la capa de aplicaciones (tales como las plataformas que alojan contenidos, las que brindan servicios de almacenamiento, los buscadores
o indexadores, las redes sociales, los intermediarios de venta de
productos, etc.). (p. 47)
Pese
a lo expuesto, la categoría «intermediarios de internet» posee algunas dificultades
de orden práctico y teórico-epistemológico. Si bien se reconoce que el concepto
big tech también
adolece de una amplitud difusa, al igual que el de intermediarios de internet,
no obstante, se destaca que se circunscribe en una perspectiva económica que
distingue a los grandes actores y/o conglomerados digitales, ofreciendo una
apertura al debate crítico. Sin embargo, todavía es un concepto de carácter
teórico que se debe consolidar con estudios empíricos que delimiten con mayor
precisión el alcance.
En cuanto a las dificultades de la categoría «intermediarios de internet», en primer lugar, es un concepto
que, a diferencia del de big tech, no distingue entre actores con poder económico desigual. La
desigualdad de poder, basada en una materialidad concreta, implica que cuando se hace referencia a los «intermediarios de
internet» puede significar el dueño de un blog o una plataforma alternativa autogestionada o estatal de
contenidos audiovisuales, como también los accionistas de Netflix y de Facebook. En segundo
lugar, esta desigualdad negada en el origen teórico genera, también, una dificultad de orden práctico: las legislaciones de
los Estados, los códigos comerciales y civiles, y principalmente las sentencias judiciales, encuentran controversias para aplicar
penas y regular comportamientos ilegales
o desproporcionados de los actores
por las controversias que surgen del vacío conceptual y normativo. Califano (2017) presenta
un ejemplo de ello en su análisis
sobre el caso «Maiorana c/ Yahoo y otros s/ daños y perjuicios». La investigadora describe la demanda que realiza Analía Maiorana contra Yahoo! y Google:
Por facilitar el acceso a sitios de contenido sexual
y pornográfico en los
que se encontraba su imagen. En su demanda, solicitaba la reparación del daño moral que las empresas
habrían causado, afectando
su honor e intimidad; el cese definitivo del uso no autorizado de su nombre e imagen;
el resarcimiento económico
correspondiente. (Califano, 2017, p. 48)
La
demanda implicó una controversia para el derecho argentino por la respuesta que realizaron las dos grandes
compañías, cuyos argumentos se basaron en el hecho de
que no son «productores de contenidos», sino meros productores de servicios no responsables de lo que circula en sus interfaces,
y cuyas actuaciones se enmarcan dentro del ejercicio de la libertad de
expresión en el país. Pese a ello, la sentencia judicial falló a favor de la
exmodelo, declarando a Google y Yahoo!
intermediarios responsables indirectos. La discusión, no novedosa en el ámbito
judicial argentino9,
sin embargo, actualiza el debate sobre la responsabilidad de los
«intermediarios de internet», a la vez que desnuda las dificultades de orden
teórico y práctico sobre este tópico central
no solo para Argentina, sino para América
Latina, y con relación
a su sistema de derechos y la actuación de los Estados.
En
ese sentido, en América Latina, algunos autores (Becerra, 2021; Bizberge, 2017; Califano, 2017;
Del Campo & Schatzky, 2021; Espada & Marino,
2021) caracterizan las iniciativas estatales que intervienen o regulan las
plataformas: Nicaragua posee una Ley de Delitos Digitales, Chile discutió durante
2020 al menos tres proyectos contra la desinformación al igual que Colombia, por citar algunos casos.
Otras iniciativas estatales, por fuera de las regulaciones, se han
orientado a la capacidad de generar políticas de prevención o políticas
positivas contra la desinformación, tales como aquellas estrategias tendientes a la alfabetización digital o al ejercicio de la ciudadanía
responsable en internet.
En el
último tiempo, los tres países más grandes de
América Latina, Argentina,
Brasil y México, promovieron una serie de iniciativas estatales orientadas a
esta temática. Al respecto, Brasil posee regulaciones desde el año 2017, que
competen al campo de las plataformas
en materia electoral, así como en la actualidad se encuentra en debate el Proyecto de Ley sobre Regulación de Plataformas (PL 2630/2020). La Corte Suprema de Justicia de
México también posee fallos sobre este aspecto, en donde se ha pronunciado
sobre las noticias falsas. A su vez,
Argentina, a través del Consejo
Económico y Social, en los años 2020 y 2021 comenzó a trabajar
en un Código de Buenas Prácticas de Internet para intentar erradicar las
noticias falsas; mediante la agencia pública de noticias Télam generó una
plataforma para combatir la infodemia (Rodríguez
& Aminahuel, 2022) y la Corte Suprema de Justicia
ya ha generado jurisprudencia al respecto (Ferrari & Schnidrig, 2015).
La Tabla 2 presenta
una síntesis de los «posicionamientos estatales» en América Latina, específicamente las
iniciativas y normativas más novedosas que regulan o intentan limitar el
accionar de los actores en el escenario digital.
Tabla 2
Iniciativas para la regulación de plataformas digitales en América Latina
Nota. Elaboración
propia en base a páginas de Tribunales
Supremos y webs oficiales gubernamentales.
Las iniciativas sistematizadas, lejos de representar un panorama acabado sobre las regulaciones y/o políticas, programas, proyectos más actuales en la temática, en realidad
tienen como
objetivo presentar los proyectos más innovadores que se consideran relevantes para el debate,
en función de que intentan
regular, actuar sobre las big tech comunicacionales,
y otorgarles un marco legislativo para prevenir los principales problemas
a los que se encuentran asociadas en la actualidad: circulación de discursos
de odio, desinformación, políticas de protección y privacidad de datos, entre otros.
Los
debates para la investigación de las políticas públicas y regulaciones de las
plataformas digitales, big tech y/o
intermediarios de internet
en América Latina están
atravesados por desafíos conceptuales y empíricos. En primer lugar, entre los desafíos
teóricos y los enfoques propuestos al inicio, la discusión del capitalismo de plataformas
en la región debe ser complementada con un enfoque situado en las dinámicas políticas,
jurídicas, sociales y económicas latinoamericanas, que sea capaz de
analizar los desarrollos de esta nueva forma
del capitalismo a nivel mundial
y a la vez evaluar
las fluctuaciones del capital en la región y los desafíos particulares
en relación con los sistemas políticos, de derechos y legislaciones locales.
Para ello, se considera que el
abordaje debe realizarse desde una perspectiva comparada que contemple una teoría
general para construir dimensiones que abonen al análisis económico comunicacional
latinoamericano. En este trabajo se propone la categoría
de «modelo de acumulación»
porque representa un destacado conjunto
de herramientas analítico para aportar en la
discusión teórica, a la vez que posibilita discutir los «posicionamientos estatales» desde un abordaje
crítico y holístico.
En
segundo lugar, respecto a los desafíos empíricos que incluyen a los posicionamientos estatales, es decir, las políticas públicas y regulaciones más actuales
enumeradas al cierre de este artículo, tuvieron como punto en común
haber sido iniciativas controvertidas a la hora de su discusión y/o implementación en el campo político, porque significó
reactualizar los interrogantes: ¿más liberalismo o más intervencionismo para la comunicación digital? ¿Qué regulaciones se necesitan para los
intermediarios de internet/big tech/plataformas digitales? Lo debatido hasta
aquí confirma que resultan preguntas complejas de responder si no se posee un diagnóstico
adecuado, que se consolide desde
una metodología comparada en la región
y observe los siguientes elementos que pueden considerarse relevantes para las investigaciones actuales sobre
la temática: (i) un mapa claro de los actores
partícipes de cada eslabón
de la economía digital en el marco del capitalismo de plataformas en América Latina,
(ii) una descripción precisa de los modelos de
negocios y servicios que ofrecen por sectores y países, (iii)
una sistematización de las problemáticas y controversias que emergen por la falta de legislaciones, y (iv) un análisis de cada una de las políticas y regulaciones implementadas por los
Estados en la región. Estos cuatro ejes representan desafíos para el análisis
comparado en América Latina de las
políticas de comunicación digital con relación a las big tech.
Finalmente,
cabe destacar que los casos presentados en la región muestran la preeminencia de dos orientaciones claramente diferenciadas en los posicionamientos estatales. Por un lado,
desde las iniciativas de los poderes ejecutivos, se observan acciones
mayormente positivas, tales como la alfabetización mediática, informacional
y digital, y la promoción
de un buen uso de internet, a fin de prevenir procesos nocivos
para la democracia como la desinformación. Por otro lado, desde los
poderes legislativos y judiciales principalmente, se observan iniciativas con
un fuerte sesgo regulatorio y punitivo en las sentencias judiciales, por ejemplo, hacia las plataformas,
otorgándoles a los Estados un rol preponderante en la discusión
del capitalismo y de
los límites de las big tech, sus responsabilidades (directas o indirectas)
respecto a los conflictos presentes en las dinámicas actuales de la
comunicación digital, tales como los discursos de odio, fake news, etc.
No existe conflicto
de intereses por parte de las autoras.
El artículo
cumple con todos los principios éticos pertinentes. En este artículo
no se presentan resultados de investigaciones en los que se incluyen a
seres humanos.
AA:
conceptualización, investigación, metodología, recursos, escritura-texto
original. MR: investigación, visualización, escritura, revisión
y edición.
La investigación se desarrolla en el marco de un programa y de dos
proyectos de investigación
financiados por la Universidad Nacional de Villa
María.
Este artículo
no ha utilizado para su redacción textos provenientes de LLM
(ChatGPT u otros).
1
Este artículo se basa en investigaciones desarrolladas desde 2014 en la Universidad Nacional de Villa María,
Argentina, que abordan la construcción de realidad, la participación ciudadana,
la comunicación política y las políticas públicas de comunicación en entornos sociodigitales. Para acceder a información sobre los programas y proyectos que
dirigen las autoras, véase: https://investigacion.unvm.edu.ar/ proyectos/proyectos-internos
2
Cuando se mencionan
las big tech, se hace referencia a grandes plataformas y/o corporaciones tecnológicas, en este caso,
asociadas a la comunicación sociodigital. En el apartado
siguiente se amplía
la definición con los aportes
de Srnicek (2021).
3
Wallerstein (2005), retomando los postulados tradicionales de
Prebisch (1973), reconoce una relación heterogénea en el sistema-mundo a partir de distinguir las desigualdades en los términos
de intercambio entre países centrales
y periféricos, y a su vez, de reconocer las características y el lugar que posee cada
país en el desarrollo del capitalismo global.
4
Algunos desde
enfoques más constructivistas, otros desde perspectivas marxistas o críticas.
5 Al respecto, véase el debate sobre
la discusión del proyecto de ley para plataformas digitales en Brasil, PL 2630.
6
Becerra (2021) analiza dos casos: Google y Facebook,
frente a regulaciones mediante sentencias.
7 Que también reconocen la importancia del desarrollo de bases de datos y construcción de información, pero principalmente orientada
a la gestión empresarial.
8 Esto tiene como correlato, en palabras de Fumagalli (2010),
la ampliación del número de sujetos que participan de esta fase del capitalismo.
9 Véase el fallo de la Corte
Suprema de Justicia
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Aimé Aminahuel
Universidad Nacional de Río Cuarto,
Argentina.
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. Universidad Nacional de Villa María, Argentina
Doctora en Administración y Políticas Públicas,
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Maestranda en Estudios
Latinoamericanos, Universidad Nacional
de Villa María. Licenciada en Ciencia Política,
Universidad Nacional de Río Cuarto. Docente investigadora en Universidad
Blas Pascal y Universidad Nacional de
Río Cuarto. Becaria Postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas de la Argentina.
Autor corresponsal: aime.aminahuel@unvm.edu.ar
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5504-5175
Malvina Rodriguez
Universidad Nacional de Villa María, Argentina.
Doctora en Ciencias Sociales
y Económicas, Universidad Erlangen-Nürnberg,
Alemania. Licenciada en Comunicación
Social y Magíster en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de
Córdoba, Argentina. Docente de grado y posgrado, investigadora, Directora Alterna del Doctorado en Ciencias Sociales
y directora de la Cátedra
UNESCO COMUNIC.AR, Universidad Nacional de Villa María, Argentina.
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4165-4847
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